A todas nos pasa.
Antes pensaba que me pasaba sólo a mí…
Me encerraba en mi cuarto a llorar escuchando Alejandro Sanz, o algo más cursi, me quedaba dormida luego de tanto drama y sólo me despertaba al sentir que algo mojado recorría mi rostro. También salté de la emoción cuando en mi celular tenía un mensaje en el que me invitaba al cine, y luego a cenar, y luego a ver la ciudad desde arriba y luego escuchar cosas románticas de esas que cuando una no está enamorada le dan asco, pero que ese rato son lo mejor del mundo (aunque sea la frase más trillada del planeta) y sentía que era la mujer más feliz del universo entero y también pensaba que sólo me pasaba a mí, que nadie iba a sentir eso que yo sentía en ese momento, que nadie podría ser tan feliz como yo y que nadie en la historia de la humanidad había tenido ni tendría un amor como ese, como el mío.
También creía que había que ser tonta para salir huyendo de las citas, o para no darse la oportunidad de conocer a alguien más, o para tenerle miedo al compromiso o, en su defecto, para perderle el miedo, que es incluso más peligroso. Creía que había que ser una desgraciada y mala persona para aceptar una salida por pena o decepción y hacerle sufrir al pobre que nada tenía que ver con mis “des-motivaciones”. Y creía que sólo yo pensaba eso.
Estaba convencida de que había que ser buena gente para encontrarse con gente buena; luego, vi que todo aquello no era necesario porque yo era buena gente, pero el que me gustaba se iba con la mala gente, y encima, fea. Pensé, entonces y por un momento, ser mala gente. Mirarlos, enamorarlos, hacerles creer que me importaban, que la pasaba bien y luego decirles adiós. Pensé, lo intenté, fallé y no lo intenté más. Y también pensé que era la única buena gente que quería ser mala gente y hacerlos sufrir vilmente y me sentí mal por eso, hasta que me di cuenta de que no, que no era solo yo, que todas mis amigas buenas gentes habían tenido en algún momento la intención de ser malas gentes y que todas fallaban en el intento. Por suerte.
También pensé que nadie había llorado tanto por amor y que nadie había sentido que nunca más se iba a enamorar. Y pensé que nunca me iba a olvidar de él, pues por suerte intenté olvidarme de él y lo logré.
Nunca me imaginé que iba a dejarlo todo con tanta facilidad, seguridad y certeza, que iba a ser capaz de vivir esas cosas que se viven sólo en el amor; en el amor propio, en el amor a la familia, en el amor a él, en el amor a un sueño, en el amor a un proyecto, en el amor a la gente, en el amor a las oportunidades. Y que una tiene una capacidad infinita de hacerlo. Pensé miles y miles de cosas, porque pensé que me pasaba a mí y solamente a mí, hasta que las vi a ellas. Hasta que pude reír cuando mis noches se volvieron solitarias, hasta que las lágrimas dejaron de recorrer mi rostro luego de que él se fue.
Pensé que sólo me pasaba a mí hasta que empecé a escribir aquí, que hasta ayer era “el fracaso de mis encantos”. Estaba convencida de que nadie vivía lo mismo que yo, como si tanta balada pop romántica no tuviera suficientes inspiradores, y claramente, estaba equivocada. En cada post, en cada palabra, en cada idea, en cada comentario, en cada pregunta curiosa, en cada mail, en cada historia robada, en cada encanto y en cada fracaso estábamos todas, porque eso que yo creía que sólo me pasaba a mí, en realidad a todas nos pasa.
Y entonces, encontré la motivación que me llevó a tomar la decisión, sin espacio para dudarla, de acabar de una vez con esa terrible sombra negra que me perseguía desde hace un par de años. Sí, para muchos resulta extraño, pero desde hace un par de años yo necesito una motivación fuerte para con costos salir avante con mis tareas diarias, una motivación más fuerte aún para emprender con esas aventuras, sueños aún pendientes de cumplir, una motivación fuerte para pasar una mala noche y más cuando al siguiente día tengo una fila de correos por contestar y tareas pendientes por atender. Y bueno, entre libros, cuadernos, clases, trabajos, mi motivación fue surgiendo poco a poco.
Entonces, descubrí la razón de ser de las motivaciones: hacernos la vida más alegre, levantarnos las ganas, hacer que nos quedemos de fiesta en un día de semana, sonreír distinto, pasarla bien; tenerlas lo suficientemente cerca como para saber que existen y lo suficientemente lejos como para que no causen frustraciones… si a todas nos pasa.
¿Me acompañan en esta nueva aventura?